Antonio Palacios Martos
Responsable de voz: Luis Miguel Sánchez Tostado
Autor: Luis Miguel Sánchez Tostado, José María Baena y Eusebio Rodríguez Padilla
Datos personales y vicisitudes
Antonio Palacios Martos nació en Linares (Jaén) el 17 de febrero de 1908. Hijo de Benito Palacios Olmos y Lucía Martos García. Fue el mayor de cuatro hermanos. Procedía de una familia humilde, pero de honestidad reconocida. Su padre trabajaba en las minas como obrero destinado en las máquinas de vapor y eléctricas. Como su jornal no alcanzaba para cubrir las necesidades de la familia, en sus ratos libres arreglaba chisques y mecheros de yesca. Su madre también contribuía como modista chalequera. Antonio Palacios fue un niño aplicado en la escuela, y a los 9 años había terminado la primaria en el Instituto ‘Cardenal Cisneros’ de Linares. Posteriormente le ofrecieron una beca en el Instituto de Segunda Enseñanza de Baeza pero, se vio obligado, al igual que la mayoría de los niños de edad, a dejar los estudios y ponerse a trabajar, puesto que la familia no podía sufragar su estancia en Baeza. Así pues, se empleó como aprendiz de barbero y más tarde de mecánico y dependiente de comercio.
A los 17 años marchó a Madrid con su tío Luis Palacios, también obrero, y trabajó como ayudante de un corredor de comercio hasta que encontró empleo en una tienda de tejidos. Primero como recadero, luego como dependiente. Cuando el paro obligó a su tío a regresar a Linares, Antonio decidió quedarse solo en Madrid, ya había cumplido 18 años. Fue una época difícil porque pasó grandes privaciones y apenas podía pagar la pensión donde residía.[1] A los 17 años de edad, se afilió a la UGT y en 1930 al PSOE, partido al que perteneció toda su vida. La familia cuenta que su abuelo, Antonio Palacios González, lo llevaba de pequeño a la Casa del Pueblo de Linares, así como a mítines y manifestaciones, de ahí su interés por el socialismo.
1928 fue el último año en que se podía cursar los estudios para practicante de medicina, a partir del año siguiente era obligatorio estar en posesión del título de bachillerato para poder cursarlos, por lo que Antonio, conocedor de su capacidad, aprovechó la oportunidad y se matriculó en la Facultad de Medicina de Madrid. En seis meses se preparó el temario correspondiente a los dos años de estudios en la Escuela de Medicina de Madrid. Pronto sería llamado a filas para el servicio militar, por lo que optó por aprovechar el último año haciendo las prácticas en el hospital de Linares. Allí conoció a quien sería su esposa unos años después, Josefa Galera García (Linares, 1913).
A principios de 1929 ingresó en el Ejército como recluta siendo destinado en Madrid, donde trabajó un tiempo en el Hospital de Urgencias. El final de la dictadura de Primo de Rivera le benefició pues quedó licenciado del ejército a los cinco meses, en lugar de los dos años previstos, pudo entonces presentarse a las oposiciones celebradas en 1930, para cubrir las plazas de practicantes en las intervenciones de las zonas del Protectorado de Marruecos. Así lo hizo y obtuvo el número uno de su promoción. De esta forma, en noviembre de 1930, tuvo su primer empleo oficial como practicante en Ein-Zoren, cabecera de la Mehala del Rif.
El 11 de enero 1932 contrajo matrimonio en Linares con Josefa Galera García que entonces tenía 18 años. Volvió con ella a Marruecos y se instalaron en el campamento militar, donde nacería su hija mayor, Lucía, el 3 de junio de 1933. El 20 de junio de ese año fue trasladado a Tánger como practicante de Beneficencia Domiciliaria. En aquella ciudad nacería su segunda hija, Josefina, el 12 de octubre de 1934. Además obtuvo una plaza en la Beneficencia Inglesa y trabajó como profesional autónomo, lo que le permitió mayores ingresos. En Tánger trabajó en el Hospital Español desde primeros de julio de 1933, pero en julio de 1938 tuvo que incorporarse a filas en España en el bando republicano.
A pocas semanas de estallar la guerra civil, el 23 de agosto de 1936, su padre fue asesinado en un “paseo” a manos de un miliciano ex-compañero de trabajo, que así cobró venganza de una rencilla personal anterior. Esto le planteó a Antonio Palacios un enorme dilema de conciencia, pues su padre no fue muerto por el enemigo, sino a manos del bando que él mismo defendía. Sin embargo se mantuvo fiel al gobierno de la República y a sus convicciones socialistas poniéndose a las órdenes del Ministerio de la Guerra.
El 17 de julio de 1938 embarcó desde Tánger y fue destinado en la Clínica Militar nº 8 de Alp (Gerona), donde se incorporó el 14 de agosto de aquel año.[2] El 8 de octubre del 1938 el Ministerio de Defensa Nacional le nombró Comisario Delegado de Compañía del Ejército de Tierra, con destino en la Clínica Militar nº 8 de Alp, de la Agrupación Hospitalaria de Gerona por su condición de dirigente socialista en Tánger.
El 9 febrero de 1939 salió de España con destino al exilio francés. Le favoreció el hecho de que la clínica donde prestaba sus servicios estaba muy próxima a la frontera francesa, sólo tuvo que caminar unos 5 kilómetros hasta alcanzar Bourg Madame. Siempre recordó con pena cómo los agentes franceses de la frontera insultaban a los refugiados llamándoles “lâches” (cobardes) mientras les desarmaban.
Ya en Francia se libró de ser internado en un campo de concentración, gracias a las gestiones de un diplomático que lo conocía de Tánger. Este diplomático estaba reclutando personal sanitario para atender a los heridos y enfermos que se hacinaban en la estación de Tour de Carol. Pasó ahí “los 18 días más tristes y amargos de su vida”,[3] trabajando las veinticuatro horas porque no daban abasto a atender a tanto herido de guerra y enfermos. Cuando los franceses evacuaron la estación, pudo, gracias a un préstamo, comunicarse con su esposa que había quedado con sus hijas en Tánger. Josefa le envió dinero a Francia para que pudiera regresar a Marruecos desde Marsella. Lo que consiguió en el mes de marzo.
El 1 de abril de 1939 la plaza de Tánger fue ocupada por las tropas franquistas. Palacios optó entonces por abandonar marcharse a Casablanca a buscar trabajo. Su esposa e hijas se le unieron dos semanas después. Acertó en su decisión porque a poco de su salida, el 16 de junio de 1939, sería formalmente expulsado de Tánger, junto con otros españoles que no habían secundado el movimiento insurrecto.[4]
En Casablanca su prioridad fue encontrar alguna forma de vida e invirtió en un negocio de tomates con unos compañeros. El inicio de la segunda guerra mundial dio al traste con su intento de exportar tomates a Inglaterra. Tras la caída de París, en manos alemanas en mayo de 1940, la situación en el Marruecos francés se complicó apareciendo los campos de concentración. El jiennense pasó entonces a trabajar en una zapatería (‘Chaussures Chervy’), que ostentaba la representación de la marca Pinet de París en Casablanca. Hasta enero de 1942 trabajó en la zapatería como ayudante.
Antonio Palacios, en su continuo afán formativo, obtuvo un certificado de podología del Dr Scholl en 1935 mediante un curso por correspondencia.
“Contaba como anécdota que cuando los soldados alemanes de la Luftwaffe pedían zapatos, les tomaba mal las medidas de modo que portasen zapatos que les lastimasen, pues los soldados sólo estaban en Casablanca de paso y él entregaba la mercancía justo el día anterior de su marcha” [5].
Finalmente solicitó autorización para emigrar a México y el consulado mexicano en Francia informó favorablemente el 11 de abril de 1941.[6] En diciembre de aquel año Palacios preparó la documentación necesaria para el largo viaje a México.[7] Pero dudaba entre empezar de cero en una tierra desconocida y lejana o permanecer en Casablanca, donde gozaba de un trabajo fijo. En enero de 1942 le ofrecieron la posibilidad de embarcarse en el vapor ‘Nyassa’, que zarparía de Marsella y haría escala en Casablanca para continuar hacia Cuba y México. Dudó tanto por la responsabilidad que ello suponía que, a última hora, lanzó una moneda al aire y el azar dispuso su viaje. Con lo que consiguió vendiendo todo su ajuar y la ayuda económica del célebre José Alonso Mallol[8], reunió el importe del pasaje a México para él y su familia.
El 31 de enero de 1942 la familia Palacios Galera, se embarcó hacia México en una travesía trasatlántica que duró 34 días. El SERE le hizo entrega de 175 pesos como auxilio. De Veracruz viajaron a la Ciudad de México en un tren de tercera clase. Les recibió en la estación Eustaquio Ruiz y otros amigos que se habían ido a México antes. Primero residieron en “la casa roja”, el edificio Ermita en la avenida Revolución, en una habitación de 12 metros cuadrados. La JARE le facilitó una ayuda única por 540 pesos.
Antonio Palacios empezó trabajando como enfermero en el Sanatorio Español. Al poco se mudó con su familia a un departamento en la calle de Dinamarca, donde su esposa puso un taller de costura. Allí residieron hasta principio de los años 60. A sus hijas las mandaron primero al Colegio ‘Madrid’, donde les daban delantal y comida gratis, y tres años después, al Instituto ‘Luis Vives’ de México.
Al año y medio Palacios dejó el Sanatorio Español y trabajó como ayudante del conocido doctor Jesús de Miguel. Hasta 1948 pudo trabajar gracias a su título de practicante, pero en ese año se promulgó en México la Ley de Profesiones y tuvo que revalidar sus estudios. Mediante cursos y exámenes no sólo logró revalidar todos sus estudios, además se matriculó en la carrera de medicina en el Colegio de Enseñanza Superior, licenciándose en 1954. Se especializó en pediatría dedicándose por entero a las enfermedades infantiles. Pero el responsable de la Dirección Nacional de Profesiones, en clara actitud xenófoba contra los españoles, se negó a registrar su título de médico cirujano impidiéndole ejercer. Indignado por tamaña injusticia denunció judicialmente aquella arbitrariedad y ganó el pleito, aunque el retraso le perjudicó notablemente porque su acreditación profesional le fue entregada en 1963.
Durante los primeros años del exilio, Pepita, como todos conocían a Josefa, fue el principal sostén de la familia, gracias a su taller de costura. Aunque siempre aseguró que de niña no le gustaba coser, llegó a convertirse en una modista reconocida, que igual hacía austeros trajes para mujeres como elaborados vestidos de novia. Algunas artistas encargaron a Pepita sus trajes de baile, entre ellas la popular actriz cubana Ninón Sevilla. Josefa era una mujer independiente y muy trabajadora. Mantuvo su taller hasta 1971. Tanto ella como Antonio valoraban mucho la cultura y la formación e iniciaron a sus dos hijas a cursar carreras universitarias, algo poco frecuente en México y menos aún para las mujeres. La mayor, Lucía, estudió Historia, Josefa Derecho.
Como médico, el jiennense Antonio Palacios Martos se destacó en México, junto con el doctor Jesús de Miguel, como pioneros en la rehidratación de niños mediante transfusiones de plasma y sangre. Palacios, además, fue miembro fundador del Hospital Infantil Privado de México, por lo que fue muy reconocido. Pero sobre todo fue un pediatra comprometido, muy dedicado a sus pacientes a los que muchas veces atendió hasta en su edad adulta, reconociendo también a sus hijos y nietos. Su familia lo recuerda como un profesionista metódico, disciplinado, siempre preocupado por los enfermos y a toda hora disponible. Mantuvo su práctica, aún con menor carga de trabajo, hasta los 85 años cuando problemas en la vista le impidieron continuar su oficio.
El linarense Antonio Palacios consideraba que la medicina debía ser sobre todo preventiva, orientarse a la medicina social y siempre “al servicio del pueblo”. Además de su práctica privada y su trabajo en el hospital, muchas veces cuidó de enfermos que no podían pagarle. Solía decir que había enfermos, no enfermedades, y estudiaba cada caso con minuciosidad. Consideraba además que el médico debía vivir dignamente pero sin enriquecerse de manera ilícita. Para él la medicina era “una vocación desinteresada”[9].
Antonio Palacios residió la mayor parte de su vida de exilio en la Ciudad de México. Solicitó la nacionalidad mexicana relativamente tarde, pues aparece registrado como mexicano naturalizado el 2 de diciembre de 1950. Como tantos españoles transterrados albergó la esperanza de regresar a su país con el previsible cambio de régimen, tras la victoria de los países aliados en la segunda guerra mundial. Hasta 1945 soportaron su precaria situación con la ilusión puesta en el derrocamiento de Franco. Pero la dictadura se prolongó demasiado en el tiempo y los exiliados debieron resignarse y organizar su vida lejos de su patria de forma definitiva.
Movido por la nostalgia y por la avanzada edad de su madre, el doctor Antonio Palacios se atrevió a viajar a España en 1962 y 1968, temiendo ser detenido en cualquier momento. Encuentros emocionados tras toda una vida lejos de sus seres queridos tras una guerra cruel y su forzado exilio. Al fin tuvo oportunidad de abrazar a su madre y a sus hermanos Juan, Pilar y Rosa a los que no veía desde 1937. A principios de los setenta falleció su madre y a partir de 1975, tras la muerte del dictador, de nuevo viajó a Úbeda donde pasó temporadas más largas en casa de su hermano Juan, sobre todo tras el fallecimiento de su esposa en 1986. Pero el linarense no se instaló en España porque sus dos hijas y sus cuatro nietas residían en México y en Estados Unidos.
Ya en democracia el gobierno español le concedió una pensión como “miembro de las fuerzas armadas al servicio de la II República Española durante la guerra civil 1936-1939” y quedó jubilado como funcionario del Cuerpo de Practicantes (1998). En 1983 pudo tramitar su documento nacional de identidad en España (tenía doble nacionalidad), y al fin pudo ejercer su derecho al voto en las elecciones españolas tras casi medio siglo. Aquel acto supuso para él una enorme satisfacción por su significado, que no era otro que la conquista de la libertad y la democracia por la que tanto habían luchado.
Antonio Palacios siempre se consideró socialista y mantuvo su militancia en el PSOE. En Marruecos perteneció a la agrupación socialista de la provincia de Alhucemas, luego a la de Tánger, y ya en el exilio a la de México. “Hemos encontrado entre sus papeles –nos aseguró su nieta Lucía– su carné de socialista de Tánger, otro de México y los pagos de cuotas hasta 1996”. En México participó activamente en las reuniones del PSOE en el exilio. Una de sus nietas recuerda acompañarlo a varias reuniones en las oficinas del centro de la Ciudad de México donde, al menos en un par de ocasiones, se reunió con Felipe González.
El linarense siempre expresó su admiración y un profundo agradecimiento por el General Lázaro Cárdenas del Río, presidente de México entre 1934 y 1940, y que tanto ayudó a los exiliados españoles. De alguna forma le pesó no haber podido involucrarse en política en aquel país por no ser mexicano de nacimiento.
Antonio Palacios Martos fue un hombre lúcido, honesto y moderno hasta el final. Estaba perfectamente informado de los acontecimientos mundiales, particularmente sobre lo acontecido en España y México. Eran un gran lector y asiduo de noticiarios y periódicos.
“Nos decía que había que releer El Quijote cada diez años. Su libro de cabecera y que le acompañó hasta el final de sus días eran los poemas de Antonio Machado. Tenía una excelente memoria y poco antes de su muerte recitaba de memoria las obras del gran poeta”[10].
En sus últimos años de vida, el jiennense tuvo la satisfacción de recibir el reconocimiento de varias instituciones y organizaciones, que para él tenían un gran valor político y sentimental. En 1999 el presidente de la Junta de Andalucía, Manuel Chaves González, le entregó en México un diploma y una placa en expresión de gratitud. En 2002 el Ateneo Español en México, del que fue socio muchos años, le otorgó un reconocimiento como uno de los Decanos del Exilio Español de 1939. Igualmente el PSOE le organizó un emotivo homenaje.
En diciembre de 2003 y enero de 2004 viajó a Úbeda y a Madrid donde recordó sus años de juventud. Antonio, que ya contaba con 95 años de edad, viajó a Jódar con su hermano Juan donde se reunieron con su hermana Pilar. Sabía que aquella sería su última visita y se despidió de sus hermanos para siempre.[11] El día de reyes regresó a México y el 18 de enero de 2004, a los doce días de su regreso a España, su corazón no aguantó más y su vida se apagó para siempre. Su cuerpo fue incinerado y, conforme a su última voluntad, sus cenizas fueron esparcidas en sus dos lugares favoritos: la mitad en Guayacahuala, Morelos (México), donde tuvo por muchos años una casa de campo, y la otra mitad en la Sierra de Cazorla (Jaén) en el nacimiento del río Guadalquivir (término de Quesada), para que el río lo dispersara por toda Andalucía. Quiso de esta forma que sus restos descansaran en dos hermosos parajes de sus dos patrias.[12]
El jiennense Antonio Palacios Martos dejó en México una vida dedicada a la salud infantil y el respeto a la libertad general e individual, pero también muchos recuerdos y una descendencia que se enorgullece de serlo. Al tiempo de escribir estas líneas aún residen en Úbeda su hermano Juan y su cuñada Mari, y en México y Estados Unidos sus dos hijas, Lucía y Josefina, también cuatro nietas (Lucía, Lourdes, Danielle y Monique), tres de ellas mexicanas y una estadounidense, cuatro bisnietos (Andrea, María José, Sofía y Lucca). En todos ellos se percibe el legado de Don Antonio: el amor por la naturaleza, el compromiso con el trabajo y el valor de la educación.
Formación académica
Estudio como practicante de medicina en Madrid.
Facultad de Medicina de Madrid
Activismo político
Entre 1936 y 1938 participó en la organización de la agrupación del PSOE en Tánger encabezada por Eustaquio Ruiz. Palacios formó parte de la ejecutiva socialista local, siendo elegido Secretario General. Junto a Ruiz organizó el Socorro Rojo Internacional en Tánger, del que Palacios sería Secretario de Propaganda. Cuenta en un escrito que reunieron cuarenta toneladas de víveres, ropa y calzado, entre otras vituallas, y él y otro compañero del partido condujeron el cargamento hasta España, pasando por Marsella (al sur de Francia) hasta llegar a Figueras. Aprovechó ese viaje para desplazarse a Úbeda donde por entonces residían su madre y hermanos. Fue la única vez que pudo verles porque regresó a Tánger y, al poco, seria movilizado en 1938.
Causas de la represión y/o exilio
Se basó siempre en su militancia socialista y apoyo de la democracia española.
Publicaciones sobre el autor
http://www.laguerracivilenjaen.com/exilio.php
http://www.sancheztostado.com/jaen_exilio.php
Fuentes de archivo
[1] Testimonios de las hermanas Lucía, Lourdes y Danielle Melgar, nietas de Antonio Palacios Martos, residentes en México.
[2] Carta del director de la Agrupación de Hospitales Militares de Gerona por el que se ordena el traslado del soldado practicante Antonio Palacios Martos a Alp, según la orden de la Inspección de Sanidad del 29 de julio de 1938. Gentileza de Lucía Melgar (México).
[3] Testimonio de Lucía Melgar (México).
[4] Orden publicada en el Boletín Oficial, firmada por Hamed Tazi el 16 de junio 1939 a petición del ministro plenipotenciario de España, encargado del consulado general.
[5] Testimonio de Lucía Melgar (México).
[6] Carta fechada el 11 de abril de 1941 y suscrita por el segundo secretario de la Legación de los Estados Unidos Mexicanos en Francia, Prof. Gabriel Lucio (dossier 44-0/550).
[7] Nos informa su nieta Lucía Melgar que, entre la documentación de aquella fecha que ha podido recuperar, se encuentra un certificado de buena salud física y mental expedido en Casablanca por el Dr. Roig el 14 de diciembre de 1941, un certificado de buena conducta de la policía en Casablanca expedido un día antes y una carta de recomendación del propietario de ‘Chaussures Chervy’.
[8] José Alonso Mallol fue Gobernador civil de Asturias y Sevilla y actuó decididamente contra quienes perturbaban el orden e impedían a los gobiernos republicanos llevar a cabo su labor reformista. En 1936 fue nombrado Director General de Seguridad. Consciente de los peligros que acechaban a la República, colocó escuchas telefónica, cosa que se hizo por primera vez en la historia, en las casas y en los cuarteles donde conspiraban los golpistas, de modo que en mayo de 1936 presentó a Santiago Casares Quiroga y Azaña una relación de más de 500 golpistas con la intención de que fuesen detenidos de inmediato, lo que habría supuesto el desmantelamiento de la conspiración. Azaña y Casares, temerosos de posibles reacciones, no practicaron las detenciones sugeridas por Alonso Mallol y el golpe de Estado siguió su curso. Tras dimitir como Director General de Seguridad, Alonso se trasladó al Norte de África por encargo del José Giral, Presidente del Gobierno, con la intención de sublevar a los rifeños y cortar el suministro de mercenarios a la rebelión. Ya no volvió a España, salvo en contadas ocasiones. Espía de los aliados, a los que facilitó una enorme cantidad de datos sobre los movimientos nazis, trabajando para la JARE, logró salvar a más de 4.000 refugiados de caer en las manos de Hitler o Franco. En 1944, tras ser condecorado por los aliados, se exilió en México donde continuó luchando contra la dictadura franquista. Para más información véase Angosto, Pedro L. “osé Alonso Mallol, el hombre que pudo evitar la guerra, edit. Instituto de Cultura Juan Gil Albert, Alicante, 2006.
[9] Testimonio de Lucía Melgar (México).
[10] Testimonio de Lourdes Melgar (México)
[11] Testimonio de Lourdes Melgar, quien lo acompañó en ese viaje.
[12]Testimonio de Danielle Melgar (México)
Iconografía
Puestos y cargos desempeñados
Publicaciones personales
*¿Por qué los apartados puestos y cargos desempeñados, publicaciones personales están incompletos?
Los investigadores de las diferentes universidades andaluzas y expertos en memoria histórica que han trabajado en la elaboración de este proyecto se han encontrado en su búsqueda de científicos represaliados, exiliados o fallecidos en la guerra civil con un enemigo en apariencia invencible: el olvido.
En ese sentido, la labor de averiguación científica que emprendieron a veces resultó frustrada. La destrucción de archivos, de obras personales y de cualquier rastro documental de muchas de las personas mencionadas en Generaciones de Plata fue por desgracia habitual. Unas veces la desintegración fue causada por la catástrofe de la contienda y muchas otras por un intento deliberado de aniquilación no sólo física sino también intelectual. Ésta es la razón principal de que esta reseña está incompleta.
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