Alejandro Otero Fernández
Responsable de voz: Mikel Astrain Gallart
Autor: Enriqueta Barranco y Fernando Girón
Datos personales y vicisitudes
Alejandro Otero llegó a Granada en el mes de mayo de 1914, recién nombrado catedrático de Obstetricia de su Facultad de Medicina, cuando contaba 25 años, siendo uno de los claustrales más jóvenes de dicho centro docente. Había llegado el momento de comenzar una brillante labor académica y asistencial, fruto de su formación en las universidades alemanas y austriacas en donde se estaban gestando los mayores avances científicos de la centuria. No en vano Otero había sido alumno de Manuel Varela Radío, un gallego que desempeñaba la cátedra de Obstetricia de la Universidad de Santiago y que se encargaría de sembrar la inquietud por los avances científicos entre sus discípulos. Allí permanecería como alumno entre 1903 y 1910 y tendría como compañero y amigo a Roberto Nóvoa Santos, quien más tarde desempañaría una cátedra de Medicina Interna en la citada universidad. Otero aprovecharía la amistad que se trabó para invitarle a pronunciar alguna conferencia en Granada, tal como sucedió en el año 1930. El motivo fue la inauguración de la nueva sede del Colegio Médico, cuando Alejandro Otero era el presidente de la entidad. Pero hemos avanzado algunos años, porque todavía Otero, joven licenciado por la universidad compostelana, se vería obligado, siguiendo las disposiciones vigentes, a trasladarse a Madrid para realizar los estudios del doctorado. Allí continuaría formándose en la especialidad que nos ocupa con otro de los grandes maestros de su tiempo, el catalán Sebastián Recasens Girol, que rápidamente vería en él a un alumno aventajado con el que poder contar para la provisión de futuras cátedras.
Discurría el año 1911 y la Junta de Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas ya llevaba cuatro años enviando recién licenciados a otros países con la finalidad de que, a su regreso, pudieran renovar la docencia y la investigación en la universidad española. Alejandro Otero tendría la oportunidad de disfrutar de una pensión de esta institución para marchar a Berlín, en compañía de Laura Contreras Valiñas con quien había contraído matrimonio unos días antes del proyectado viaje. Ni que decir tiene que durante su estancia en Centroeuropa no descuidaría la oportunidad de acercarse a las mejores clínicas obstétricas del momento, como era el caso de la Maternidad de Berlín dirigida por Ernest Bumm; en Suiza con Emil Abderhaldem y en Austria con sir E. A. Schaeffer.
A su regreso en 1914, con el tiempo justo, tuvo la oportunidad de opositar a la cátedra de Obstetricia de la Universidad de Granada, y la obtuvo brillantemente en el mes de mayo del mismo año. Con él aspiraron a la misma otros docentes de la universidad española que luego también alcanzarían la máxima cualificación y gozarían de cierto prestigio.
La llegada de Alejandro Otero a Granada tendría distintas connotaciones. Para su Universidad iba a suponer la apertura hacia nuevas tendencias docentes y asistenciales, derivadas de la formación con la que contaba el nuevo catedrático. Para él, sin embargo, representó probablemente una decepción pues comprobó de inmediato la carencia de medios con la que se iba a enfrentar en sus distintos quehaceres. Pero sus rasgos de personalidad no le permitirían caer en el desánimo e, inmediatamente, pasaría a la acción promoviendo la compra de los más diversos materiales, todos ellos destinados a las mejoras que iba proyectando, incluida la impresionante biblioteca que, con el paso del tiempo, tuvo la oportunidad de adquirir.
No serían la docencia y asistencia en la Facultad de Medicina las únicas preocupaciones sociales de Alejandro Otero. Así y también por su condición de enfermo tuberculoso crónico pronto se vería implicado en la entonces denominada lucha antituberculosa, al ser elegido presidente del Patronato del Sanatorio Antituberculoso de la Alfaguara (Granada), en 1923. Se trataba de una iniciativa de una mecenas granadina de origen alemán llamada Bertha Wilhelmi, a quien Otero secundó de inmediato, comprometiéndose personal y económicamente en la construcción y dotación de un Sanatorio que funcionaría hasta los años sesenta. Con ellos colaborarían eminentes tisiólogos granadinos, como sería el caso de José Blasco Reta, Norberto González de Vega y un grupo de médicos internos voluntarios que se encargarían de los cuidados sanitarios. (Jesús Uvera, Enrique Girela, Hilario Pérez Mantas, Gonzalo Ferry y Enrique Iboleón). Algo parecido sucedería con la fundación y explotación del Sanatorio privado llamado de Nuestra Señora de la Salud, erigido conjuntamente con el catedrático de cirugía Víctor Escribano y el desempeño de una consulta privada en su domicilio situado en la granadina Gran Vía de Colón, principal calle de la ciudad por entonces y por ahora, le darían gran prestigio médico y una solidez económica notable, llegando a situarlo entre los mayores contribuyentes granadinos cuando transcurría el año 1930.
Las cualidades docentes y las inquietudes investigadoras inducirían a que, junto a Alejandro Otero, se agruparan una serie de profesionales que luego dejarían una huella importante en la ginecología granadina (Alfredo Dáneo, Claudio Hernández, Baldomero Bueno, Enrique García Cabreros, José Álvarez, Juan de Dios Gómez Villalba), rasgo que seguiría siendo una constante en Otero durante sus trece años de estancia en la capital mexicana.
Cuando el Instituto Nacional de Previsión decidió poner en funcionamiento las Cajas de Previsión Social con el fin de poder recaudar fondos para el Régimen del Retiro Obrero Obligatorio, en los años veinte, en Granada se creó una Caja Regional que llevaría a cabo la gestión en las cuatro provincias que integran Andalucía Oriental – Granada, Málaga, Jaén y Almería. Con el paso del tiempo Alejandro Otero se integraría en el Consejo Directivo de esta entidad, llevando a cabo funciones importantes para la implantación del Seguro de Maternidad de la mujer trabajadora. Probablemente estaba destinado a presidir la Caja si el estallido de la Guerra civil no hubiera dado al traste con estos proyectos sociales, que luego tardarían años en retomarse para la puesta en marcha del Seguro Obligatorio de Enfermedad, cosa que sucedió en 1942.
A pesar de este brillante historial nos podemos preguntar ¿Por qué se vería obligado a sumarse al enorme contingente de intelectuales transterrados?
Formación académica
A los 15 años inició su brillante carrera de Medicina en la Universidad de Santiago de Compostela, en la que se licencia en 1910, doctorándose en Madrid en 1911. Entre 1911 y 1913 realiza una estancia de trabajo en Alemania y Austria pensionado por la Junta de Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, para completar su formación en Obstetricia y Ginecología. Llega a Granada en mayo de 1914, con 26 años de edad, para ocupar la Cátedra de Obstetricia con su clínica que había obtenido por oposición.
Puestos y cargos desempeñados
Alejandro Otero llegó a ser Rector Magnífico de la Universidad (1932); cargo desde el que defendería la pervivencia de la Universidad de Granada; impulsó la creación del Nuevo
Hospital Clínico, la construcción de la Facultad de Medicina y del Albergue Universitario de Sierra Nevada, entre otras iniciativas. Entre su legado a la ciudad de Granada quedó el Sanatorio Nuestra Señora de la Salud, de carácter privado, el Patronato Popular Antituberculoso y el Sanatorio Antituberculoso de la Alfaguara, la innovación tecnológica en el tratamiento de enfermedades tumorales; su magisterio permitió la formación de varias generaciones de ginecólogos que desarrollaron su trabajo en Granada
Actuación política
Evidentemente las razones políticas también en este caso serían determinantes, porque Alejandro Otero a partir de 1930 comenzó una febril actividad política en las filas del PSOE, llegando a ser diputado a Cortes en las Constituyentes por Pontevedra y Granada, aunque optaría por el acta gallega. Redondelano de nacimiento, allí vio la luz en 1888, pertenecía a una familia conocida por su implicación en la política local y nacional, al igual que sucedió con los ascendientes de su primera esposa, si bien militando en bandos opuestos – republicanos de izquierdas los primeros, conservadores los segundos. A la caída de la dictadura de Primo de Rivera Otero irrumpió en la escena política granadina con gran ímpetu, logrando ganarse la confianza de los trabajadores de la ciudad y su provincia que le votarían en las primeras elecciones del 14 de abril de 1931 para que les representara en el Ayuntamiento de la ciudad y posteriormente en el Congreso de los Diputados.
Su gran éxito social en este tiempo le granjearía las simpatías de los alumnos universitarios de la Federación Universitaria Escolar, movimiento estudiantil que trataba de hacerse un hueco en la universidad en pugna con la Federación de Estudiantes Católicos que era la representante legal de los alumnos hasta el momento. Esta circunstancia le serviría para ser nombrado rector de la Universidad de Granada en 1932. Desde tan alto rango iba a tener la oportunidad de tratar de impulsar los hasta entonces proyectos retardados para la construcción de una nueva Facultad de Medicina y un Hospital Clínico, en cuyo diseño había participado formando parte de la Comisión que redactó la Memoria de Necesidades en 1925. Hoy, todavía ambos permanecen activos tras su inauguración en 1944 y 1952, respectivamente.
Los cargos directivos en muchas ocasiones tienen fecha de caducidad, y en el caso del rectorado de Alejandro Otero el triunfo de la CEDA en las elecciones de 1933 le condujo a presentar su dimisión. No en vano se había presentado a diputado por Pontevedra y no resultó elegido, a pesar de que continuaba su vinculación con Galicia, y como prueba de ello sabemos que, con cierta frecuencia visitaba Redondela, e incluso se estaba construyendo un pazo en el lugar denominado Las Lages a donde, quien sabe, si pensaba retirarse más adelante.
Tras su dimisión como rector dedicaría sus horas a la actividad política plena, llegando a ser Presidente de la Federación de Agrupaciones Socialistas de Granada desde donde ejerció una importante labor reivindicativa entre el proletariado, apoyando huelgas de tranviarios, mediando en los conflictos de las azucareras y tantos otros factores que le granjearon la confianza de los trabajadores. En el mes de octubre de 1934 la represión en Granada con motivo de los sucesos revolucionarios le condujo a la cárcel, en donde permanecería dos largos meses hasta que su antiguo profesor, el republicano gallego Manuel Varela Radío y el diputado orensano Luis Rodríguez de Viguri contribuirían para que fuese puesto en libertad a comienzos del mes de diciembre del mismo año, mientras que casi todos los implicados debieron permanecieron encarcelados hasta la amnistía derivada de la victoria del Frente Popular en 1936.
A su salida de la cárcel Alejandro Otero adoptó una decisión importante, la de solicitar separarse de Laura Contreras acogiéndose a la recientemente proclamada Ley del Divorcio. A partir de este momento abandonaría el domicilio conyugal para residir en su Sanatorio de la Salud hasta el día 7 de julio de 1936, fecha en la que conociendo por sus informadores la insurrección que se estaba poniendo en marcha, decidió abandonar Granada. No sería una mala decisión puesto que todos sus colaboradores y compañeros de actividad política fueron fusilados en fechas muy cercanas al 18 de julio. Sus bienes, tanto en Granada como en Redondela, serían incautados por la autoridad militar y él mismo fue juzgado por “espionaje en rebeldía.” Acogiéndose a la Ley de Responsabilidades Políticas más tarde se le desposeería de la cátedra y se le condenaría a la pérdida de todos sus bienes, a la inhabilitación y expatriación durante 15 años y a una multa de un millón de pesetas. Creemos que está más que explicada la pregunta que nos hacíamos sobre las circunstancias de su exilio. A ello habría que añadir sus actividades al frente de la mencionada Subsecretaría de Armamento y el ser vicepresidente del PSOE.
Sin que podamos precisar el momento exacto, Alejandro Otero volvería a contraer matrimonio con la asturiana Elena Fernández Fernández (Oviedo, 1913-México, 2004), así que cuando llegó a México lo haría en su compañía, por vía férrea y procedente de Nueva York. Era el momento en el que Indalecio Prieto comenzaba a desarrollar sus tareas al frente de la Delegación Mexicana de la Junta de Auxilio a los Refugiados Españoles (JARE), ayudado inicialmente por Josep Andreu Abelló, Emilio Palomo y Eusebio Rodrigo, equipo al que posteriormente se incorporaría Carlos Esplá Rizzo como secretario.
Indudablemente la fama que le precedía y, qué duda cabe, también sus reconocidas cualidades, le llevarían a ser nombrado director del Servicio Médico-Farmacéutico de la JARE, desde donde ejercería funciones de coordinación y asistenciales, valiéndose de la experiencia acumulada durante su permanencia en Granada, tanto en la Universidad como en la Caja de Previsión Social.
La implantación del citado Servicio quedaría establecida el 30 de abril de 1940, aunque no fue hasta el 4 de junio del mismo año cuando Rafael Fraile Quevedo sería comisionado para que redactara una ponencia sobre los Servicios Médicos Farmacéuticos, cuya finalidad era dotar a los refugiados españoles de una asistencia sanitaria, prestada por un cuadro médico integrado por profesionales exiliados. Sometido a discusión entre los delegados el proyecto de Rafael Fraile, se iniciaría una asistencia domiciliaria a los enfermos prestada por los doctores Aurelio Almagro y Roberto Escribano. Se trató, a través de Ángel Urraza, su director, del problema que la asistencia médico farmacéutica representaba para los españoles recién llegados a México y de la que no se responsabilizaría el Hospital de la Beneficencia Española, institución que funcionaba desde mucho tiempo atrás en el Distrito Federal.
Parte del importe del tan traído y llevado tesoro del Vita serviría para costear los servicios de asistenciales de los exiliados, junto con el socorro a los refugiados en Francia y Túnez, reparto de ayudas a emigrantes indigentes en México, pago de becas en el Instituto Ruiz de Alarcón, instalación y funcionamiento del comedor infantil de la calle Orizaba, en donde trabajaría como encargada del mismo Alicia Díaz de Jungitu. También la distribución de auxilios en metálico a los refugiados esparcidos por diversos países de América, pago de pasajes, creación y sostenimiento del Gabinete Hispano Mexicano de Estudios Industriales, pago de las deudas de la tripulación del Vita, compensaciones e indemnizaciones a los beneficiarios de los comedores y albergues creados y sostenidos por la JARE y a pensiones y socorros extraordinarios a inválidos y ancianos.
Reunida la delegación de la JARE el 5 de noviembre del 1940 acordarían conceder la Jefatura de los Servicios Médico Farmacéuticos a Alejandro Otero, aparte de su trabajo profesional como ginecólogo. Por ambas cosas recibiría 350 pesos mensuales. Por entonces contaban con un cuadro médico integrado por Aurelio Almagro y Roberto Escribano que se encargaban de la visita domiciliaria y Rafael Fraile (Gastroenterología), con funciones de médico consultor; Jacinto Segovia (Cirugía); Cristián Cortés Lladó (Corazón y Pulmón); Luis Martín Gromaz (Laringología) y Manuel Rivas Cherif (Oftalmología). Una vez más, Alejandro Otero quedaría responsabilizado de la adquisición de material para los consultorios y demás funciones propias de su misión, cuando apenas llevaba siete meses en México D.F. Entonces residía en el Paseo de la Reforma nº 107, lugar en el que instalaría una consulta privada en la que atendería de forma gratuita a las mujeres exiliadas que lo requerían.
El socialismo español se había fragmentado de forma irreversible en dos facciones, los denominados negrinistas y los prietistas. Con las sucesivas llegadas a México de unos y otros, lejos de producirse un acercamiento, se distanciarían hasta el punto de agruparse en dos asociaciones distintas, el Círculo Jaime Vera y el Círculo Cultural Pablo Iglesias. En compañía de Manuel Albar Catalán – director del periódico del ala prietista Adelante– y Lucio Martínez Gil, a la llegada de Ramón González Peña, los prietistas se vieron implicados en una agria polémica a la que no estaría ajeno Alejandro Otero, sin llegar a ponerse de acuerdo sobre si la representación que habían obtenido en 1938 era legítima o no. Otero seguiría ejerciendo la vicepresidencia hasta el año 1945.
La relevancia política que Alejandro Otero mantenía en México le llevaría a participar, por ejemplo, en el homenaje que en diciembre de 1940 los refugiados españoles le hicieron al general de división Lázaro Cárdenas, cuando éste dejó la presidencia de los Estados Unidos Mexicanos en manos del también general Manuel Ávila Camacho.
Un buen número de los profesores universitarios españoles abandonarían sus puestos para refugiarse en diversos lugares. Todos estarían de acuerdo en tratar de agruparse para lograr su promoción profesional allí donde se fueron asentando, así como un medio de hacer valer su opinión acerca de las circunstancias en las que se desenvolvía la vida política española en la postguerra. De esto modo nació la Unión de Profesores Universitarios Españoles en el Exilio (UPUEE). Desde sus comienzos, el profesor Alejandro Otero formaría parte de la Comisión Ejecutiva de dicha agrupación cuya presidencia estaba en manos de Cándido Bolívar, y la vicepresidencia, en representación de los profesores de Medicina recaería en él. También estuvieron Mariano Ruiz Funes, Javier Malagón Barceló, Joaquin Xiráu, etc…
Entre los intelectuales republicanos sería definitiva la Reunión de La Habana, a la que fueron invitados profesores de diferentes países para discutir sobre la docencia y la política en España. De ella salió lo que se conoció con el nombre de Declaración de La Habana, un manifiesto con el que se trataba de impedir que las naciones democráticas reconocieran el régimen del general Franco en España. Alejandro Otero estuvo invitado a participar en dicha reunión, pero había sufrido un infarto agudo de miocardio en el mes de febrero de 1942 y se vería obligado a guardar reposo durante más de seis meses, circunstancia por la cual no pudo asistir. Por ello los historiadores han ignorado probablemente por este motivo su presencia en la UPUEE.
Sin embargo, participaría plenamente de las decisiones que allí se tomaron cuando se integró en la Junta Española de Liberación (JEL) firmando el Manifiesto de San Francisco (1945). Este constituyó un extenso documento en el que se detallaban de forma minuciosa todas las circunstancias que, según el punto de vista de los firmantes, deberían de hacer que en la Conferencia que iba a tener lugar en dicha ciudad se decretara el aislamiento de España por no ser una nación democrática.
Una buena muestra de su interés por la política en general, y la gallega en particular, son los folletos que conservaba en su biblioteca mexicana Alejandro Otero, algunos incluso con dedicatorias de sus autores, como fue el caso de Indalecio Prieto; y la polémica mantenida con Alfonso Rodríguez Castelao acerca de su oposición a que fuera modificada la Constitución de 1931 con respecto a la Autonomía Gallega.
Algo menos fácil nos puede parecer la situación que Alejandro Otero vivió en relación a la docencia universitaria y el ejercicio hospitalario. Fueron bastantes los profesionales que se incorporaron a la Universidad Nacional Autónoma de México, entre ellos, por ejemplo Rafael Méndez; pero no fue el caso de Otero, cuya misión docente se vería limitada a la enseñanza práctica en el Hospital Español a cuyo cuerpo médico perteneció de forma efectiva entre 1942 y 1947 y, de forma honoraria, hasta su fallecimiento. Allí tendría la oportunidad de favorecer la creación de la Sociedad Mexicana de Ginecología y Obstetricia, auspiciando además la edición de la Revista Médica del Hospital Español y la formación de especialistas de alta cualificación como sería el caso de Carlos D. Guerrero, un admirado alumno que no dudaría en llamarle “mi maestro ex cátedra.” Y la verdad es que Alejandro Otero también dejaría en México su estela docente y asistencial, asistiendo a conocidas mujeres de la vida pública mexicana.
Sin embargo, las condiciones en las que discurría la vida entre los exiliados no era nada halagüeña, aunque con el paso del tiempo Alejandro Otero y Elena Fernández se instalarían en la colonia residencial de Las Lomas de Chapultepec, en una lujosa residencia que actualmente está ocupada por la Embajada de Suecia. Otros transterrados no tuvieron tanta fortuna y llevaban una existencia bastante modesta. En este contexto cabe destacar la labor de Alejandro Otero en pro de lo que se conoció con el nombre de Benéfica Hispana, una sociedad mutualista que abarcaba enfermedad, intervenciones quirúrgicas, partos, medicamentos y sepelio en caso de muerte. Tras los frustrados intentos de conseguir que el Hospital Español facilitara el ingreso de los republicanos españoles para recibir asistencia sanitaria, y de haber liquidado la delegación de la JARE por decreto de Manuel Ávila Camacho, se plantearía la necesidad de contar con un sanatorio propio en el que realizar actos médicos y quirúrgicos. Los partos hasta el momento se habían atendido en la Maternidad de Liverpool atendida por Urbano Barnés y en la Clínica de Tresguerres atendida por Manuel Fernández Márquez. Nacería así un pequeño y modesto centro médico ubicado en la calle Marsella, dotado de quirófanos, paritorio y otras instalaciones destinadas a los exiliados que optaron por cambiar su afiliación a la JARE por la de la Benéfica Hispana. Allí, aparte de Alejandro Otero, ejercerían su profesión importantes médicos y cirujanos hispanos, como es el caso de Joaquín d’Harcourt Got, quien había desempeñado labores de Jefe de Servicio de Cirugía en la zona republicana durante la guerra civil. De su buen hacer sería testigo el cirujano Vicente Guarner Dalías, actualmente reconocido cirujano mexicano, muy estimado entre los toreros a los que atiende cuando sufren algún percance durante sus temporadas taurinas en aquella plaza.
Como pudimos comprobar durante nuestra estancia en México D.F. durante el verano del 2004, Alejandro Otero no limitaría sus actividades al ejercicio de la medicina y la política sino que también fue un próspero empresario, vinculado de alguna forma a la incipiente empresa de radio y televisión mexicana que con el paso de los años se convertiría en Televisa, por entonces lideraba por el empresario de origen vasco Emilio Azcárraga Vidaurreta, conocido como El tigre de México. Igualmente participó en compañías metalúrgicas de cierta envergadura como Aluminios EKCO fabricantes de las primeras ollas a presión en México, firma dirigida por Eusebio Rodrigo y de la que llegó a ser consejero. Igualmente fue socio y consejero de Hierro Maleable de México; consejero de Fundiciones de Hierro y Acero S.A., de las Compañías Mineras Gold River Mining CO, S.A. y Las Fraguas Cooper Co. S.A. empresas estas últimas de las que sería presidente de sus Consejos de Administración.
Sus relaciones empresariales le llevaron también a establecer buenas relaciones sociales, entre las que cabe destacar las mantenidas con la familia de origen santanderino Mondría de la Vega, hasta el extremo de que llegarían a facilitarle un enterramiento provisional en su panteón mexicano hasta que su cadáver fuese definitivamente inhumado en Redondela.
Como muestra de su prestigio en el México de los años cincuenta del pasado siglo, podemos aducir que cuando le ofrecieron a la por entonces joven retratista y escultora Tosia Malamud que realizara una serie de trabajos sobre personajes muy reconocidos, ella no dudó en proponerle a Alejandro Otero que posara. Éste aceptó, de forma que actualmente, gracias a la donación que del mismo nos hiciera Alejandro Fernández Ruiz, sobrino de Elena Fernández, éste ha pasado a formar parte de nuestro patrimonio cultural. Durante sus trece años de estancia en la capital azteca, Otero siguió adquiriendo libros y revistas científicas europeas y norteamericanas hasta llegar a reunir más de 1.500 volúmenes, guardados cuidadosamente en un domicilio privado. Su sobrino Juan A. Otero Soto decidió recientemente confiarlos a quienes esto escriben, con la idea de que el importante fondo bibliográfico llegara a Granada.
Alejandro Otero no sería el único rendondelano que se transterrara en México, pues allí se trasladaría en compañía de sus hijos Rita Gómez, viuda de Telmo Bernárdez Santomé, fusilado en Redondela en los primeros días de la insurrección militar. José Bernárdez Gómez nos relató como él llegó a México en el Serpa Pinto, y cómo sus hermanos se irían reuniendo allí poco a poco. Su amistad con Alejandro Otero perduró hasta el fin de los días de éste. Precisamente sería José Bernárdez quien nos informaría de las circunstancias en las que se produjo la última enfermedad y muerte de Alejandro Otero. Distintas versiones circularon en su día sobre este evento, pero la más cierta es ésta. Alejandro Otero no tuvo hijos ni con su primera, ni con su segunda esposa, que era 25 años más joven que él. Probablemente éste y otros motivos le harían intentar repetidamente lograr descendencia fuera de sus matrimonios. Esto le haría gozar de una cierta fama de hombre mujeriego a lo largo de su vida. Según José Bernárdez cuando discurría el año 1953 mantenía una relación sentimental con una joven mulata, con quien se veía en un apartamento que le tenía instalado en el centro de México. Al salir del Hospital Español, tras realizar una intervención quirúrgica el día 26 de junio, marchó al citado apartamento en donde sufrió un infarto agudo de miocardio que acabó con su vida. Antes su corazón le había dado un aviso y Bernárdez sería testigo de que el mismo Alejandro Otero le había comentado que padecía ciertas molestias, atribuidas en principio a problemas digestivos, que en opinión de su amigo podían ser síntomas de otra situación anginosa cardiaca. Bernárdez sería el encargado de acudir al lugar del óbito, que al parecer conocía bien, y tratar de disimular las condiciones en las que éste se encontraba, transportándolo a su domicilio de inmediato.
El fallecimiento de Alejandro Otero sería muy comentado en la prensa mexicana aparecida el día 27 de junio, y más de doscientos automóviles acompañaron su cadáver desde las Capillas Gayosso hasta el Panteón Español, sito en la Colonia Tacuba. Entre los personajes de la emigración española que residían en México hicieron acto de presencia Indalecio Prieto, el general José Miaja, el exgobernador civil de Granada Mariano Joven, Crescenciano Bilbao, Lucio Martínez Gil, numerosos compañeros médicos del Hospital Español y la Beneficencia Española, encabezados por su presidente Pablo Díez. Y de otras entidades como José Bernárdez, Jacinto Segovia, JoséTorre Blanco, Julio Bejarano Lozano, Miguel Morayta, Joaquín D´Harcourt Got, Germán Somolinos D’Ardois, Manuel Mateos Fournier, Manuel Márquez Rodríguez, Joaquín Meda, Pascual Díaz del Roncal y otros profesionales amigos como Manuel y Francisco Azorín, Francisco Giral, Dalmau Costa, José Luis de la Loma, Luis Ignacio Rodríguez, Laureano Poza Juncal, José Giral, Bernardo Giner de los Ríos, Álvaro de Albornoz, Jesús Bernárdez, Ovidio Salcedo, Máximo Muñoz, etc.
Sus restos mortales, previamente enformolizados, serían exhumados seis meses después de su depósito en el Panteón Español y tras ser reconocidos por José Bernárdez se embarcarían rumbo al puerto de A Coruña, lugar al que llegó en el mes de mayo de 1955. Desde allí se trasladarían hasta el cementerio de Os Eidos en la villa de Redondela. Si alguien visita el panteón de la familia Otero-Milleiro podrá observar cómo en su lápida, junto con la inscripción que aparece en la fotografía que acompaña este trabajo, realizada a poco de su inhumación, se puede ver la silueta de lo que fue una inscripción inserta en su parte superior, en la que constaba “Excma. Sra. Dña. Laura Contreras Valiñas.” Y es que Alejandro Otero dejó dos viudas, la que quedó en México y la que lo recibió cadáver en España, y fue voluntad de ésta última el ser enterrada junto a él.
Ciertamente que Elena Fernández, durante sus largos años de supervivencia, siempre rubricó sus documentos como Elena Fernández de Otero. Los españoles residentes en México que son socios de la Beneficencia Española, como fue el caso de Elena, tienen la opción de alojarse en una residencia para la tercera edad, conocida con el nombre de Pabellón Isabel la Católica, cercano al Hospital Español, en donde son atendidos por cuidadoras pagadas con su propio peculio. Durante nuestra visita a este centro, conducidos por Manolo Mier, un exiliado que ostenta funciones de relaciones públicas en la Beneficencia, tuvimos la oportunidad de entrevistar a la mujer que atendió personalmente a Elena Fernández hasta su muerte. Según Leonor, que así se llama, era una mujer culta, conocedora de cinco idiomas, que orgullosamente decía que era la viuda de un gran personaje.
Causas de la represión o exilio
El día 7 de julio de 1936, fecha en la que conociendo por sus informadores la insurrección que se estaba poniendo en marcha, decidió abandonar Granada. No sería una mala decisión puesto que todos sus colaboradores y compañeros de actividad política fueron fusilados en fechas muy cercanas al 18 de julio. Sus bienes, tanto en Granada como en Redondela, serían incautados por la autoridad militar y él mismo fue juzgado por “espionaje en rebeldía.” Acogiéndose a la Ley de Responsabilidades Políticas más tarde se le desposeería de la cátedra y se le condenaría a la pérdida de todos sus bienes, a la inhabilitación y expatriación durante 15 años y a una multa de un millón de pesetas.
Publicaciones personales
Otero, Alejandro (1912) La operación de Schauta-Wertheim [Texto impreso]. BN VC/453/42
Otero, Alejandro (1915) Diagnóstico serobiológico del embarazo [Texto impreso] : (trabajo de la Universitäts-Frauenklinik cde Berlin.- Pr. Bumm.). BN 9/210938 (5).
Fuentes de archivo
AH-PSOE-18-6 (FPI); PSOE. Congreso Extraordinario 1931
Publicaciones sobre Otero
Alarcón Cabalero, J. A. (1990) El movimiento obrero en Granada en la Segunda república (1931-1936). Granada, Diputación, 1990 pp. 185, 186 y 193.
Barranco, E.; Girón, F. (2006) Alejandro Otero, Granada, Cajagranada, Obra Social.
Barranco Castillo, E. (1987) La Obstetricia y la Ginecología en la Granada de entreguerras: La escuela de Alejandro Otero (1916-1936). Universidad de Granada.
Barranco Castillo, E. (1999) «Científicos españoles en el exilio: Antonio Chamorro (I)». Investigación Clínica. 2: 81-88, 1999.
Barranco Castillo, E.; García Vera, E. (2001) «Científicos españoles en el exilio: Antonio Chamorro (II)». Investigación Clínica, 3: 279-84, 2001.
Barranco, E.; Girón, F. (2010) «Dos ginecólogos en el exilio: Alejandro Otero Fernández (1888-19539 y Antonio Chamorro Daza (1903-2003)». En: Barona Vilar, Josep Lluís, ed. El exilio científico republicano. València,. Universitat de València, p. 67-88.
Fernández Castro, J. (1981) Alejandro Otero, el médico y el político, Barcelona, Ed. Noguer.
Iconografía
Otras fuentes
http://www.catedrachamorro.es/quienes-eran
http://rectorado.ugr.es/pages/salon_rojo/rector_1932_aotero
http://es.wikipedia.org/wiki/Alejandro_Otero_Fern%C3%A1ndez
http://exiliadosmexico.blogspot.com.es/2012/09/otero-fernnandez-alejandro.html